Posted by : Dani López 18 enero 2007

Dedicado a los "buffydetractores" que suelen pasar por aquí (yo no podría expresarlo mejor):

(...) Como muchos de esos detractores, yo tampoco le presté atención a Buffy al principio. Cierto, vi un par de episodios, sin que me llamaran la atención (...) Recuerdo que cada vez que pasaba ante la tele había una rubia dando patadas de karate y un calvo muy feo, sacado sin duda de Nosferatu (...)

Una tarde, transcurrido el tiempo, me enganché. Y me enganché con un episodio que, al contrario de casi todos los demás, no parecía exigir conocer la continuidad de la temporada ni la psicología de los personajes. Lo que en el argot de los comics llamamos un one-shot. Ese episodio era, claro, The Zeppo, la historia particular de Xander con cuatro punkies zombies y su forma de salvar al mundo sin que nadie se entere, mientras Buffy y los demás Scoobies se partían la cara off-camera con una amenaza que nunca veíamos. La mezcla de humor, acción, mala leche, chistes intertextuales me pudo. Vi que ahí había algo. Le di una oportunidad a la serie al día siguiente. Y al otro. Y al otro. Y como gracias a Dios el mundo es cada vez más chico, me fui haciendo con la serie en DVD, desde el principio (...)

Es incierto que Buffy sea la serie de una adolescente que caza vampiros entre patada y golpe. Los vampiros pronto se ven auxiliados por todo tipo de monstruos y demonios, y la aventura juvenil del instituto y el horror que allí existe (y sé bien de lo que hablo, trabajo en uno, ¿o por qué si no llevo a clase mi cruz de plata y guardo en mi taquilla frascos de agua bendita?) pronto da paso a algo mucho más grande, más heroico, más serio.

Porque Buffy lucha por la integración, igual que Angel, en su serie, intenta vanamente redimirse de sus pecados. En cada personaje de Buffy hay algo de nosotros, y las siete temporadas vividas en Sunnydale no hacen sino acercarnos, en clave de aventura vampírica y terrorífica, los grandes miedos y los grandes riesgos que todos hemos corrido, o vamos a correr, al pasar de la adolescencia a ese gran espanto que es la edad adulta (...) podemos vernos reflejados a nosotros mismos, a nuestros amigos, a situaciones que hemos intuido o vivido, sin los horrores vampíricos o del otro mundo, quizás, pero con las incertidumbres y los temores del que nos ha tocado en suerte: el miedo a ser distinto, el miedo a elegir una opción sexual, el miedo al ridículo, el miedo al trabajo y el matrimonio, el miedo a decir la verdad, el miedo a no guardar las apariencias, el miedo a ser abandonada por el primer novio que se empapa en nuestro cuerpo, el miedo al fracaso, el miedo a la muerte del ser más querido (...)

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