Posted by : Dani López 17 enero 2006

Allí estaba otra vez aquel resplandor inaudito rodeando a su pálida piel. Pálida y cálida, como fuego bajo la nieve de una mañana de invierno y como nieve sobre las sábanas esparcida. Si tan sólo pudiera alargar el brazo y tocarla... Pero los relojes no perdonan y el tiempo no les hace ni caso: sigue pasando a pesar de todo. Sólo quiero quedarme viendo como se derrite la nieve lentamente mientras todo lo demás pasa sin que a mí me importe. Sólo quiero no tener que marcharme, así de difícil es mi sueño. Tendré que destruir muchas veces mis ilusiones para poder cumplirlo. Tendré que traicionarlo, mofarme en su cara, marchándome una y otra vez, para poder quedarme algún día. Cuanto duele conseguir la libertad y, a veces, cuando se consigue, ya es demasiado tarde para saber apreciarla. Entonces, se mira al pasado reciente buscando la razón por la que nos fuimos cada día, la razón por la que nos privamos cada día de verla derretirse, y no se encuentra, se ha ahogado en la rutina de su propia consecución: a veces matamos nuestros sueños haciendo lo que es necesario para conseguirlos.

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